Cuando la política se viste de virtud: ¿es la izquierda moralmente superior?

Desde las redes sociales hasta los debates académicos, circula la idea de que quienes simpatizan con la izquierda suelen colocarse en un pedestal moral, juzgando al resto desde una superioridad ética. 


Aunque el tuit que originó esta reflexión no cita un estudio específico, la psicología moral y política ofrece pistas para entender por qué esta percepción —o autoimagen— se repite. No es que la izquierda tenga un monopolio en la virtud, pero ciertos mecanismos psicológicos alimentan esta narrativa.

Una de las teorías clave es el moral grandstanding (“exhibicionismo moral”): la tendencia a expresar convicciones éticas con el fin de impresionar o elevar el estatus social. Las personas que lo practican proyectan una superioridad moral, muchas veces ligada a temas progresistas. Esta práctica se ha vinculado con posiciones ideológicas más extremas, especialmente cuando el objetivo es ganar prestigio.

Por otro lado, investigaciones recientes en España revelan que incluso quienes no se identifican políticamente con la izquierda tienden a valorar sus causas como más “morales” que las de la derecha. En esos estudios, las ideas progresistas —como la igualdad de género o la protección ambiental— se perciben como inherente moralmente superiores, lo cual refuerza la narrativa de que la izquierda estaría jugando desde una posición ética ventajosa.

La teoría de las fundaciones morales propuesta por Jonathan Haidt y otros aporta otro ángulo. Según ella, los liberales (o simpatizantes de la izquierda) tienden a enfatizar valores como el cuidado (harm) y la justicia (fairness), mientras que los conservadores ponderan también otros valores como lealtad, autoridad y pureza. Esa diferencia en las “moralidades preferidas” contribuye a que ciertos discursos progresistas parezcan más universales o humanitarios, mientras que los conservadores quedan asociados con valores más “tribales” o particulares.

No es que simpatizantes de la izquierda sean inherentemente arrogantes o hipócritas; más bien, existe una convergencia entre convicción moral, deseo de validación social y contexto ideológico que hace que algunas causas progresistas se presenten como actos de identidad ética. En algunos casos extremos, esa dinámica puede convertirse en censura simbólica: silenciar al otro porque su posición es moralmente “inferior” en el marco interpretativo propio.

De hecho, algunos estudios relacionan activismos progresistas con rasgos como narcisismo antagonista, especialmente cuando estos movimientos funcionan como espacios para exhibir superioridad moral o dominancia simbólica. Así, cuando alguien dice “quienes simpatizan con la izquierda se sienten moralmente superiores”, hay un núcleo de verdad social: muchas corrientes políticas incorporan la moralidad como parte de su lucha simbólica. Pero eso no convierte a toda la izquierda en moralista ni a toda la derecha en inmoral: el problema real aparece cuando identidades políticas legitiman su poder a través del juicio ético del adversario.

Fuente: Pitiklinov (@pitiklinov) en X, 2025. Apoyado en investigaciones publicadas en ScienceDirect (2020–2021), PsyPost y Jonathan Haidt (Moral Foundations Theory).

Publicar un comentario

0 Comentarios