Humanidades a la izquierda, negocios a la derecha: la brecha ideológica en la educación

Un reciente estudio sugiere que la elección de la disciplina universitaria no sólo orienta la futura profesión, sino también la brújula política. 


Según sus autores, las carreras en ciencias sociales y humanidades tienden a empujar a los estudiantes hacia posiciones de izquierda, mientras que las titulaciones en economía y negocios los inclinan hacia la derecha. Esta correlación podría ayudar a explicar la peculiar brecha política entre hombres y mujeres jóvenes, pues ellas suelen inclinarse más hacia humanidades y ciencias sociales, lo que reforzaría su tendencia progresista.

El hallazgo es llamativo porque trasciende al debate ideológico corriente: implica que las instituciones educativas no son neutras, sino ambientes que moldean las convicciones políticas de sus estudiantes. En estos campos simbólicos, las teorías, metodologías y debates dominantes pueden actuar como “campos de socialización política” que seleccionan quiénes se sienten más cómodos allí, reforzando ciertos valores sobre otros. En otras palabras, no sólo absorbemos conocimiento técnico, sino también repertorios morales e imaginarios sociales.

Este patrón educacional también intensifica la polarización generacional y de género: cuando mujeres y hombres eligen disciplinas con sesgos ideológicos distintos, sus experiencias curriculares divergen y sus mundos simbólicos se separan. Por ejemplo, una estudiante de sociología estará expuesta a debates de desigualdad social o teoría crítica, mientras que un estudiante de finanzas se centrará en mercado, eficiencia y crecimiento. Esos mundos no solo enseñan contenido distinto, sino que promueven formas diferentes de ver el mundo.

No obstante, es importante advertir que correlación no implica causalidad absoluta. Pueden entrar en juego factores previos: quienes ya tienen una inclinación ideológica podrían auto‑seleccionar carreras afines a sus creencias políticas. Además, el efecto puede variar según contexto cultural, tipo de universidad o nivel de diversidad académica. Aun así, el estudio aporta una pieza más al rompecabezas de cómo la educación superior participa activamente en la formación política.

En última instancia, reconocer este efecto educativo no significa demonizar ninguna disciplina, sino impulsar una reflexión: ¿qué discursos, visiones del mundo y valores estamos privilegiando en nuestros programas universitarios? Si aspiramos a una educación más plural y democrática, conviene pensar cómo equilibrar el contenido técnico con la exposición crítica a otras miradas.

(Basado en el hilo compartido por Matthew G. Burgess en X/Twitter.)

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